jueves, 7 de junio de 2012

Gabriel

Día 3:

          Dije que me iba a encontrar a Sam ¿verdad? Pues no. Me topé con la pesada del metro. En cuanto entré en el metro y la vi quise dar media vuelta. No lo hice, pensaba que no me había visto.
Me senté lo más alejado que pude. De vez en cuando la miraba para saber si me estaba mirando. Pero qué va. 
Ni se había dado cuenta. 
Cuando llegó el metro entró como si nada. Me miró, pasó de largo y se quedó de pie agarrada a una barandilla.  Me tenía intrigado. Así que entré y me puse a su lado.

Ahora que me fijaba mejor, era muy guapa. Tenía una expresión de tristeza, como si le hubiera pasado algo malo. Se agarraba a la barra con miedo a caerse.  

Era una pequeña criatura en las manos de un lobo. 
Un zarandeo del metro hizo que me chocara contra ella. Ella se soltó y dio un traspié.  Fui a cogerla para que no se cayera pero no llegué a tiempo. Se cayó de bruces en el suelo. 
Creía que empezaría a llorar, como los niños pequeños, o que se levantaría rapidísimo por si alguien no se había dado cuenta. 

Se quedó sentada en el suelo, riéndose. Y además no una risa nerviosa, ni de vergüenza, qué va. 
Se reía como se ríe cualquiera con un chiste bueno. 
Me tendió la mano y la levanté. 
Ella pegó un saltito y elegantemente cayó sobre el suelo. Fue la primera vez que le miré a los ojos. 

Me encantaría haberle dicho que tiene ojos de gato. Que menuda vergüenza me ha hecho pasar. Que no vuelva a montarse en el metro...

Que me diga su nombre.






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