miércoles, 9 de enero de 2013

Gabriel


Día 41:

Si hablan de ti, es que lo estás haciendo bien.

He estado un poco ocupado. La verdad es que también me he tocado los huevos bastante. Pero es hora de volver a la costumbre, de coger un poco de tiempo inservible y convertirlo en un tiempo bien malgastado.

Hace tres semanas se casó una de mis "amigas". Ilógicamente, me invitó a su boda. supongo que sería un último intento por conseguir una reacción en mi. Lo que he sacado en claro de ese día es que las bodas son increíbles. Es cierto que no me gusta estar hora y media en la iglesia (prisión que odio), ni media hora saludando a gente escandalosamente arreglada (como árboles de navidad con guirnaldas, bolas doradas, plateadas, rojas... y miles de objetos indescifrables) ni otra media hora de pie sin hacer nada, ni tres horas de comida donde tienes que utilizar el cubierto correcto, poner la servilleta de la manera correcta y coger la copa con los dedos correctos, además de un sin fin de normas de protocolo que alguien aburrido y asocial se le ocurrió inventar.
Pero hay algo que me apasiona de estas ceremonias inútiles y antinaturales...La comida.

Toneladas de comida: marisco, ibérico, grandes solomillos de ternera en su punto, guarnición crujiente (en el caso de las patatas) o sabrosa (verdura, etc.), queso, paté del caro, canapés con una construcción digna de un ingeniero...y todo  con su acompañamiento alcohólico correspondiente. Hablamos de buena cerveza, buen vino, buen champagne, buenos cubatas...

Y todo esto, se lo comen los cerdos amigos de los novios, los cuales siempre terminan medio borrachos contando cosas de la paraja de las que jamás te querrías enterar.
Porque sí, siempre está el borracho, las dos viejas bailando juntas, las marujas, las madres que gritan a los niños que corretean, los padres que odian a sus mujeres y se escabullen entre los cubatas y las camareras, las mujeres solteronas desesperadas, y las jóvenes sueltas, los buitres, la pareja alternativa, los antisociales, los invitados por compromiso y un grupo sin determinar.

Quitando esta pequeña reflexión de las costumbres de los humanos, ese día tuvo mucho de especial.
No especial con estrellitas, corazoncitos y maripositas. Especial de diferente, raro, apasionante, manipulador y jodido.

Aunque la comida fue tranquila y monótona, (no silenciosa ya que el primo del tío de no sé quién nos estuvo contando sus aventuras por los países del norte y sus rubias macizas) no tardó en empezar la acción.

Silvia vino a la mesa arrastrando su vestido y con una sonrisa pintada en la cara. Saludó a todo su séquito, y justo después me pidió que la acompañara a fumar fuera.

Me levanté como buen invitado, sonreí a los subnormales que se sentaban conmigo y me fui con ella al patio.

-¿Te gusta la boda?
-Si, es muy parecida a las anteriores que he ido.
-Ah, bueno, pero en esta me caso yo.
-Si, creo que ese vestido lo dice todo, ¿no?
-¿No te vas a alegrar por mi? Pensaba que serías el primero en alegrarte ya que te has librado de mí.

Esa frase estaba pensada de antes. Salió como si fueran pequeñas dagas ninja. Su mala puntería es otra cosa.
-Verás, Silvia, yo te aprecio muchísimo. He compartido contigo cosas que no he compartido con nadie más. Buenos momentos, risas... Yo no te eché de mi lado, ni te prometí un mundo con ponys y castillos.  Desde un principio..
-Sabías lo que había, una relación de "amigos" (Hizo un gesto con las manos para enfatizar la palabra amigos)
-Exacto. En el momento en el que tú quisiste algo más, te fuiste.
-Pensé que lucharías por mi. Es más, durante la ceremonia, el instante justo antes de decir si quiero, deseé que te levantaras y corrieras hacia mi, suplicando que te perdonara.
-No suplicaría nunca por una persona como tú.
-¿Por qué?

Sonreí y respondí a su pregunta con una mirada de indiferencia.
-Porque le has mentido al hombre que supuestamente amas, tan solo por conseguir tus propósitos. Si, por una parte es admirable, pero nunca estaría ni lucharía por una persona en la que nunca podré confiar. Disfruta de tu boda.

Me fui y dejé a la novia en el frío patio, con un cigarro a medio terminar y una cara indescriptible.
Ya, solo por eso había merecido la pena ir. Pero poco después ocurrió algo por lo que mereció la pena bailar.

Luz, la pequeña insoportable que un día, sin venir a cuento, me comenzó a seguir, se encontraba en la boda.
La vi sentada, sonriendo, hablando con la gente de su mesa como si fueran amigos de toda la vida.
Comía con muchísima delicadeza, como si de una princesa se tratara. No era nada parecido a la imagen que tenía de ella comiendo. La última vez que fui a su casa me invitó a comer pollo asado. Ni uno más. No olvidaré sus manos grasientas dentro del pollo, su barbilla rebosante de salsa y su boca llena de comida masticada, rechupeteando uno de los huesos.
Pero no, en ese momento comía como si cada pequeño trozo fuera una tonelada. Bebía el vino a pequeños sorbos, sin dejar marca en la copa. Impresionante.

Se levantó un momento para ir a una mesa y abrazar a una mujer. Iba guapísima. Sencilla, sin árbol de navidad. Habló con la mujer un rato y justo me giré cuando noté que me miraban.

En el baile, un soplanucas famélico comenzó a bailar con ella. Me negué y fui a buscarla. Bailamos juntos, al unísono, una canción que ni siquiera recuerdo. Pero su olor, su cuerpo moviéndose junto al mío, rozándome... Sus ojos chispeantes, su sonrisa tímida, su clavícula, sus hombros redondos, sus manos finas con sus finos dedos... Sentí el calor de la sangre recorriendo mi cuerpo. Deseé que no terminara la noche, que no se fuera de mi lado, que la canción, por muy lejos que se escuchase, no se detuviera nunca.


Hubiera seguido bailando con ella. Pero al terminar la canción, tuve la necesidad de escabullirme. Un agobio me entró por el cuerpo. Un pequeño mareo, un desequilibrio en mi tranquilidad.
Más tarde me di cuenta de qué me pasaba. Por lo visto no me sienta bien comer determinadas cosas.
Quitando los días que estuve en el baño, la siguiente semana pasó deprisa.
Sin embargo, la semana pasada sentí un repentino jubilo. Una idea comenzó a formarse en mi cabeza.
No sé si fue la soledad, el aburrimiento o las ansias por volver a un escenario. Lo cierto es que, estoy buscando músicos para formar de nuevo un grupo.

Por ahora, no hay nadie que me haya llamado la atención. Pero sigo buscando, y tengo la esperanza de encontrar a alguien que merezca la pena.

Por boca de Sam, que está entusiasmada con la idea, me he enterado de que Marcos ha comenzado a tocar de nuevo. Quizás hable con él.
En cuanto al vocalista y al bajo...bueno, Sam no canta nada mal, así que solo me queda el bajo.

Estos días he estado preguntando en academias y por redes sociales. Sin embargo nadie quiere formar un grupo. Me ha llegado de oídas que se debe a que en mi recae la maldición de Los Inconscientes. A parte de que no suelo caerle bien a la gente. Qué le voy a hacer, por lo menos me conocen, y si tienen el suficiente tiempo como para hablar de mi, es que en mi vida lo estoy haciendo realmente bien.




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