jueves, 19 de septiembre de 2013

Sam

La llamada del amor propio. 


     Últimamente me he estado preguntando el motivo de mi ruptura con Jou. No es que no lo haya olvidado, es que se casa la semana que viene con otra chica, una tal Celia. Entiendo que las relaciones se rompen y que no existen milagros para arreglarlas. A veces es una persona, otras veces son ambos, y otras el tiempo y la convivencia. La cuestión no es por qué se rompen las relaciones, porque hay miles de motivos. La cuestión es si hay alguna manera de no sufrir tanto. Y ayer encontré la respuesta. He estado dos días en casa de la bajista, por eso de tener que ensayar para los conciertos y tal.  Y estábamos hablando de los problemas con el novio que tenía una amiga en común cuando su madre se acercó y se unió a la conversación. Nos contó que las personas están acostumbradas a que les quieran, pero no a quererse a sí mismas.

-Vosotras os hacéis fotos, ¿verdad? y las subís a las redes sociales. ¿Por qué? 
-No sé, ¿para que nos digan que estamos bien?
-Bien. Pues la próxima vez que subáis fotos, miraos a vosotras mismas y subidlas porque os gustan a vosotras, no para que les gusten a los demás. ¿Entendéis?
-Más o menos. 
-Mira Sam, nadie te va a querer más que tú misma. Puedes compartir tu vida con alguien que te haga el desayuno todas las mañanas. Alguien que te compre flores y que te haga masajes todos los sábados. Alguien que no pare de decirte que eres perfecta. Pero, si ese alguien se va, nadie te lo dirá. Si ese alguien deja de decírtelo, no lo volverás a escuchar. No puedes depender de las personas para sentirte bien. Una persona puede vivir sola, pero no puede vivir sin sentirse querida. 
-Entonces, si no me quiere nadie me quiero yo, ¿no?
-Y aunque alguien te quiera. Porque puede quererte a veces, y otras veces no. O puede pedirte que hagas cosas que una parte de ti no quiere hacer. Eso es amor propio. Es saber quién eres, qué quieres y qué te gusta. Saber qué estás dispuesta a sacrificar o a cambiar por alguien. 
-Pero todo el mundo se quiere a sí mismo. 
-¿Seguro? Bien, si es así, ¿por quién subís las fotos?
-Vale mamá, no todos nos sentimos seguros de cómo somos. 
-¿Qué no os gusta vuestro cuerpo?
-Mi culo.
-Mis pecas.
-La talla de mi sujetador.
-Las pocas curvas.
-Mi estatura.
-Vale vale. ¿Y qué os gusta?
-El color de mi pelo.
-Mis ojos.
-Mis manos.
-Creo que me gustan mis lunares. 
-Y a mí mis dientes. 
-Y los labios. 
-Bien...Por consiguiente, no estáis tan mal, ¿verdad?
-Bueno...

La madre entonces se levantó y se dirigió hacia la nevera. La abrió, rebuscó entre las cosas, cogió algo y regresó con nosotras.De repente, dejó caer dos limones encima de la mesa. Uno era amarillo chillón y grande. Otro estaba ya ennegrecido y había perdido tamaño por el frío y el tiempo. La mujer se nos quedó mirando, esperando a que dijéramos algo, como si estuviera claro el mensaje. Muy bien, un par de limones, ¿y qué?Pasaron unos segundos, y al ver que permanecíamos calladas pegó un golpe en la mesa. 

-Son dos limones. Hasta ahí, habréis llegado, ¿no? Bien, ¿hay alguna diferencia entre ellos?
-Uno está pachucho, y otro no. 
-Vale. Pero, ¿Son los dos limones?
-Sí.
-¿Sabrán más o menos igual?
-Sí. 
-Por lo que da igual que uno sea más feo que el otro, ¿no? Las personas somos como estos limones. A algunos le gustan coger los grandes y amarillos, y a otros les gusta los que están ya pasados. O a veces, los pasados se pudren sin que nadie los elija. La cosa es que, puedes morirte sin haber sentido el amor de nadie, pero morirás feliz si has recibido todos los días una dosis de amor propio. Con que te mires al espejo, y te veas bien, eso aporta una seguridad en ti misma que invade el mundo. Estar segura de lo que eres, de tus defectos y tus virtudes, es la mayor atracción de una persona.

Así que ayer me respondí. El motivo de que mi relación no funcionase, lo había causado mi inseguridad. Porque creía que no era suficiente para él, porque YO me veía insignificante a su lado. Hoy me he mirado al espejo. He visto signos de celulitis, y me he sentido bien. Soy Sam, y tengo celulitis. Y seguramente, en sesenta años pierda los dientes y me salgan varices. ¡Pero qué bien me siento!




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