viernes, 15 de marzo de 2013

David.


Si me preguntaran qué opino de mi país, guardaría silencio.
Ahora mismo, las cosas no van bien. Y todo el mundo lo sabe. No es solo la crisis que arrastramos desde hace años, es nuestra manera de ver las cosas.
Estamos rodeados de corrupción, de ineptitud, de pereza, de tristeza y desolación. 300000 familias han perdido su casa, 6 millones están sin trabajo, y lo peor es que el futuro, que somos nosotros, no tenemos ni posibilidades de trabajar, ni una educación barata.
Intentamos con manifestaciones ruinosas e invisibles, llamar la atención. Y no me explico por qué tendría que molestarme en salir a la calle a reclamar algo que es mío.
Ver cómo ante gritos de rabia y desesperación, se crezcan más aquellos que deberían arrodillarse.
Yo sé lo que he vivido. Cómo a vecinos míos les han echado de casa por deber seis meses de hipoteca. He visto cómo la panadería de mi barrio ha tenido que cerrar, al igual que dos cafeterías.
Y lo peor, he visto cómo, personas de mi edad, que tendrían que estar trabajando o terminando los estudios se quedan en casa por falta de dinero.

Callaría. Callaría por no poder hacer nada.
Y luego veo en la tele a la hora de comer que gracias a las manifestaciones han conseguido parar los desahucios, porque Luxemburgo ha dicho que es abusiva la ley hipotecaria.
Y me pregunto, ¿cómo es posible que Luxemburgo, un país pequeño, tenga tanto poder? ¿Por qué allí sí, y aquí no?

Sé que no soy muy listo. Sé que no terminé mis estudios y que no tengo unas alas largas con las que poder moverme. Pero tengo piernas. Y pienso. Y sé que por muy pequeño que sea, soy como ese país. Tengo tanto poder como cualquier persona, y sólo, hay que sacarlo de la forma correcta y en el momento oportuno.

No tengo ni idea de qué momento será. Ni siquiera sé qué lugar, pero me alivia poder tener la esperanza de que sirvo para algo más que para trabajar y escribir.
Algo más que ver el vaso lleno siempre. Algo más, que para enamorarme de causas perdidas.
Dentro de mí tiene que haber más. Incluso cosas que desconozco.

Y si yo me siento así, ¿cómo se sentirán los demás? ¿Guardarán silencio en vez de gritar?
Espero, deseo, que aunque sus labios no se despeguen, sus manos no permanezcan quietas. Que escriban, que compongan, que toquen, que fotografíen, que se muevan. Da igual si no hablan, si la voz no llega a atravesar la pared. Mientras sepan qué quieren, qué hacen y qué necesitan, todo irá bien.
Las cosas están mal, ¿y qué? En los peores momentos, es cuando salen las mayores hazañas.

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