miércoles, 31 de octubre de 2012

Luz

Amargos suspiros y dulce derrota

Me duele la espalda como si me hubieran apaleado con un bate, y no conforme con eso me pesan los ojos como toneles de cemento.
Esto ocurre por trasnochar. Si no hubiera estado toda la noche encargándome de ese degenerado alcohólico no estaría ahora así y habría podido ir a la facultad, que falta me hace. Últimamente no entiendo ni una palabra de todas las que salen de los labios de los profesores. Me dedico a copiar, a copiar y a copiar. Tanto las diapositivas, como los textos adjuntos, como los apuntes de los compañeros. ¿El resultado? Un amasijo de letras, guiones, circulitos, cursivas y negritas sin ningún sentido.

Oh, maldito Gabriel.
No sé en qué estaría pensando cuando decidí hacerle una visita. Ni ahora siquiera se me ocurre un buen motivo. Lo cierto es que, ahora que lo pienso, no necesitaba ninguno para ir a verlo. Creo que él es como el sueño que tengo todas las noches de la sombra que me susurra "ven conmigo" alargando su oscuro y largo brazo hacia mí. Tendiéndome una infinidad de poder a cambio de seguirle.  Si. Gabriel ni siquiera necesita pronunciar esa frase para que piense en él. 

Además, estaba tan destrozado. No reconocía al joven airado del metro, a esa estrella inalcanzable que no paraba de buscar.  Era un matojo de pelo sucio, una prenda sudorosa impregnada en whisky. Una batería tirada desde lo alto de un edificio. 

La puerta de su casa estaba abierta, y me asusté. Más aun cuando lo vi en el suelo con una botella medio llena a punto de caérsele.
Intenté despertarlo, pero estaba en un punto en el que nadie podía traerlo de vuelta. Solo durmiendo regresaría. 
Recogí su casa. Tiré unas cuantas botellas., fregué tres platos sucios y barrí el suelo.
Me senté en el sofá (y me reí durante unos minutos, porque mi malvado cerebro me hizo recordar a Conan a mis pies cuando me sentaba a ver la tele, en la misma postura en la que estaba en ese momento Gabriel, de costado, enroscado a la botella) y lo miré durante un largo rato.
Tan consumido, tan viejo. Se veía estropeado. Malije el nombre de Sam esa noche. 
Vi cómo le molestaba el pelo y me arrodillé para quitárselo de la cara. Se lo pasé por detrás de la oreja con mucho cuidado, sintiendo su piel pegajosa y caliente en cada yema de mi mano. Escuché su respiración como si fuera el vaivén de las hojas de un árbol. Me dieron tantas ganas de tumbarme junto a él y dejar que me meciera entre los sueños. Desperté de esa incómoda sensación de necesidad y me levanté. Al hacerlo, noté cómo una mano agarraba mi tobillo. 
-¿Vienes a por tu bajo? Está en una caja, detrás de ese armario. Me lo vas a quitar porque te he fallado. 
No sabía de qué hablaba. ¿Qué bajo? Ni siquiera me reconoció. Fui hacia el armario y busqué la caja. Era de cuero negro, forrada de un rojo satinado. En el cierre había una placa en la que ponía Lily y una estrella.

Esa historia me la sabía más o menos. Pude descifrar algo una de las veces que Gabriel y Sam hablaron en casa. Además, Sam me estuvo contando acerca de la banda antigua de Gabriel, y del suicidio de Lily. 
Así que Gabriel pensaba que esa era yo, que había venido para llevarme el bajo porque me había decepcionado. ¿Tendría que ver con lo que pasó entre él y mi compañera? 
Desde luego lo que no iba a hacer era llevarme el bajo a casa. 
Lo abrí para echar un vistazo y me quedé fascinada. Qué obra de arte. No sabía nada de instrumentos...quizás un poco de piano y unas cuantas notas de guitarra, pero nada más. A mí solo me gustaba cantar, porque no necesitaba aprender música para hacerlo. 
Pero ese bajo era impresionante. Llamativo pero discreto. Parecía un instrumento dormido, que en cualquier momento despertaría de su letargo y se pondría a romper cristales con tanta intesidad como el granizo en invierno. 
Delicado y fuerte. Un mástil con grabados en cada traste, y las clavijas de las cuerdas tenían cada una una forma diferente. Una luna, un sol, una estrella y un corazón. Me quedé extrañada cuando vi que la clavija del corazón pertenecía a la cuerda que estaba rota. 
Quizás los instrumentos sean los que sepan más de amor. Todos ellos una vez fueron un método para expresar el sentimiento de alguien. Este bajo ha tenido que sufrir mucho por la dueña. 
Lo limpié con mucho cuidado y le quité la cuerda rota. 
-¿Qué voy a hacer contigo, pequeño amigo?

Paseé mi mirada por toda la habitación y encontré un hueco justo al lado de la batería de Gabriel. Era espacioso, y llamaba al bajo. Era una vista privilegiada la que iba a tener. 
Lo colgué con muchísimo cuidado y me alejé unos metros para contemplarlo. 
-¿Por qué lo has colgado?

Gabriel se había incorporado y tenía una expresión rara. 
-Porque es tuyo. Deja de vagabundear y levántate. Vamos a la ducha.
-¿Por qué? No estoy sucio.-Apenas le entendía cuando hablaba. Su lengua se quedaba pegada en el cielo de la boca, haciendo que los fonemas salieran de manera forzada. 
-¿Vas a dejar que te pueda el alcohol? Nunca me imaginé eso de tí. Va a ser verdad que nunca me has querido, egoísta.

Acto seguido y tras unos cuantos intentos fallidos Gabriel se levantó y se dirigió hacia el cuarto de baño sin rechistar. Lo seguí y lo desnudé. 
No era una persona excesivamente musculosa, pero se veían los músculos en tensión debajo de la piel cuando se movía. No voy a negar que le miré...eh, eso. Pero no pienso hacer ningún comentario al respecto.
Ducharlo fue más difícil de lo que pensaba. Si Conan no se quedaba quieto, este no dejaba de cantar, gritar y sacudirse. 
En una de las ocasiones me pegó un tirón y me metió en la ducha con él. El flequillo, que solía llevar hacia atrás, le tapaba ahora la cara, dejando solo uno de sus ojos, la nariz y los labios al descubierto. 
Sentí la tentación de besarle, de apartarle el pelo de la cara y que me cogiera de la cintura. 
La sentí todo el tiempo que tardé en bañarlo, el tiempo que tardé en vestirlo y el tiempo que tardé en sentarlo  en el sofá.
Parecía un poco más lúcido, pero todavía no llegaba a una lucidez humana básica. 
Tiritaba, por lo que le llevé una manta y un vaso de leche caliente.
Se lo bebió de un trago, y se durmió de nuevo.

Le canté el resto de la noche. Canciones que me iban saliendo solas, donde su letra solo residía en mi cabeza. Canciones que hablaban del perdón, de un día nuevo, de la superación, de la música, del amor.
Incluso en una me declaré. 

Me fui poco antes de que amaneciera, para no darle la satisfacción de verme preocupada por él. Así, me había convertido por una noche en un fantasma del pasado. Un fantasma que espero, haya ayudado a Gabriel. 
Y esa es la historia del por qué estoy ahora mismo así.
Me quiero morir...
¡Noo! Conan...dime que no estás embarrado... ¿Dónde te has metido, perro estúpido?



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