jueves, 4 de octubre de 2012

David

Estábamos avisados. Lo sabíamos. Pero la rutina se había llevado el miedo y la preocupación. No habíamos buscado nada, no habíamos pedido ayuda. Como si nunca hubiera existido. Como si yo fuera hijo único y mi hermana una amiga lejana.

No puede quedarse más. Ni hay dinero para mantenerla, ni el hospital es un hotel.
Eso es lo que repetía mi padre una y otra vez. Sin parar, como si fuera el latido del corazón.  
Se veía extremadamente agotado. Habría estado haciendo algún trabajo de muchas horas a cambio de unas pocas perras. Ni me había enterado. Las ojeras le ensombrecían y le hundían la mirada. Los pómulos se le notaban demasiado, y su cara, que siempre había sido redondita ahora parecía chupada. 
Sin embargo la peor era mi madre. No salía de la cama, y apenas hablaba conmigo o con mi padre. 
Salió un par de veces de casa. Creemos que fue para ver a Sara, porque cuando volvía se iba directamente a su habitación, y cuando cerraba la puerta, y si prestabas mucha atención, escuchabas un suave sollozo roto.

Así estábamos los tres. Con la mirada perdida, delante de la cama de Sara, sin saber bien qué decir, y mucho menos qué hacer. 
Diez minutos antes había estado gritando escandalizado, insultando a los médicos, empujándoles, alejándolos de mi hermana. diez minutos antes le había pegado un puñetazo a mi padre. Diez minutos antes mi única frase era ¡Asesinos, dejadla en paz!

Ya me había quedado sin voz. Y lo único que me recordaba mi lucha eran las miles de agujas en la garganta que me quemaban cada vez que tragaba saliva. Perder la voz, en un momento como este.
Subí la mirada y me encontré a mi padre observando cómo cogía y acariciaba la mano de mi hermana. 
Una expresión de dolor se descompuso en su cara, pero logró recomponerse y carraspear.

-Los médicos tienen razón. LLeva mucho tiempo en coma. Nos dieron como plazo tres semanas, ya que apenas contamos con dinero. Las tres semanas pasaron hace un mes. Sara no va a volver, hay que despedirse y dejarla marchar. 

Me incorporé rápidamente y de mi salió un doloroso No. No podía dejar que la mataran. Ella estaba viva. Seguía allí. cuando la miraba, veía su amago de sonreír, cuando le leía, sentía sus ganas de pedirme que leyera más y más. Cuando le contaba mis problemas, notaba sus dedos queriéndome tranquilizar. 
Ella estaba allí. Y estaba viendo cómo su familia no la quería. 
No estaba muerta, su corazón seguía latiendo, su pelo crecía, sus ojos se movían de vez en cuando.
Ella quería despertar. Quería seguir conmigo. A mi lado, enseñándome. Quería peinar a mi madre por las noches, cuando salía a dar un paseo con mi padre. Quería ver el fútbol con mi padre, y quejarse del árbitro.
Sara tenía ilusión. Yo la veía, en cara poro de su blanca cara, en cada respiración, por muy mecanizada que estuviera.
Irradiaba lucha. No podía dejarla morir.

Mi padre se quitó mi mano de encima y me pegó un empujón. 
-¡Ya basta! ¿Qué crees que somos? ¿Asesinos? ¡No podemos pagar!. No hay otro sitio para llevarla. No existe otra alternativa. Las máquinas son carísimas, casi más caras que el hospital. No podemos mantenerla nosotros.  No puedo hacer nada. No he conseguido nada. ¡Así que deja de gritar como una nenaza!.¡Deja de comportarte como el único defensor y madura! ¡Es mi hija! Ningún padre debería enterrar a su hijo. Y yo tengo que hacerlo. Tengo que resignarme y ver cómo se va, mientras todo el mundo me tacha de asesino. 
¿Qué te piensas? ¿Qué es fácil para mí? ¿Que de verdad me creo esa fantochada de que ella no está, de que solo se ha quedado su cuerpo, y que ella ya está en un lugar mejor? ¡Claro que no!
Solo quiero dejar de sentir esta presión en el pecho. Dejar de sentir cada día al levantarme el desgarro en mi corazón. Dejar de llorar cada vez que paso por su habitación y la veo vacía. Dejar de tambalearme cuando una niña pasa a mi lado por la calle. Dejar de soñar con ella, despertándome a mitad de la noche con la sensación de uno de sus abrazos, y con la ilusión de que el hospital llame al día siguiente para decir que ha despertado y que nos espera con una de sus hermosas sonrisas. 
Quiero dejar de vivir este infierno. ¿Sabes cuántas veces he rezado para que Dios me lleve a mí? ¿Cuántas veces he tenido la tentación de cortarme las venas? Y lo único que saben decir es que el tiempo hace que el dolor desaparezca y que recordarla sea cada vez más dulce. ¿El tiempo? ¡El tiempo no hace nada! 
Así que siéntate, despídete de ella y sal de la habitación. Pero no me vuelvas a culpar, ni a tratar como a un asesino, porque no tienes ni puta idea de lo mal que me siento. 

No había pensado en eso. Fui a gritarle de nuevo, a decirle que no la dejara morir, que fuera un buen padre..pero de repente mi madre me agarró del brazo con una fuerza que no creía que tuviese.

-Quiero irme a casa. Quiero salir de aquí cuanto antes e irme a casa. Vamos a hacerlo rápido.
Mi padre se sorprendió, al igual que yo. ¿qué mosca le había picado?

-Quiero recordarla como antes, y no ahora, quiero poder recordar toda mi vida su manera de hablar, cómo torcía el labio cuando algo no le gustaba, como saltaba y chillaba cuando le hacíamos el más mísero regalo.
Quiero recordarla en su mesa de estudio, con el pelo recogido, dormida entre los libros de clase. 
Y el día que fue a esa fiesta que se puso mi vestido negro. 
No quiero recordarla en una cama, sin ninguna expresión. Esa no es mi hija. Mi hija ya no está aquí. No seáis malos. No seáis incrédulos. Tened fe. Si ella siguiera aquí, habría hecho cualquier movimiento...
esto es solo su cascarón, pudriéndose. 

Salí de la habitación llorando. Tenía tantas lágrimas que no podía ver salvo borrones blancos y verdes corriendo de un sitio para otro.
Me comencé a marear y noté cómo las rodillas me fallaban, y cómo, lentamente, iba cayéndome, sin ningún temor.
Antes de tocar el suelo un par de brazos me agarraron. Y se quedaron sujetándome hasta que tuve el valor de alzar la mirada. 
Era Irene. 
Desconcertada.
Ella había venido como cada día a ver a Sara. Cuando fue a entrar nos vio a todos gritando y se enteró de la conversación. Me había seguido justo después de salir.

Creía que me iba a gritar, a pegar, a decir que intentara salvarla. Pero solo se quedó callada mirándome.

-No...no puedo hacer nada. Yo...he intentado todo. Lo siento.
Me levantó pero no contestó. Siguió en silencio. Señaló con la mirada un par de sillas y me llevó hasta allí.
-David, he venido cada día a estar con ella. Al principio le culpaba por abandonarme. Luego lloraba porque no me quería lo suficiente como para volver, luego tan solo la miraba. Ahora soy capaz de bromear cuando le cuento mis cosas.  Yo sé que ella no está, pero me tranquilizaba verle dormida, esperando a que llegara para hablarle de chorradas. No te puedo culpar, porque te entiendo. La necesitaba para sentirme bien. Ya, no la necesito. No necesito verla en una máquina enganchada, con los brazos amorotonados y las piernas huesudas. No necesito su cara amarillenta. Porque la siento a mi lado. Me ha hecho fuerte y ni siquiera me hablaba. Ve, y despídete. Yo te esperaré en la puerta.

Lo que le dije a mi hermana quedará guardado en mi interior. Es algo tan íntimo que permanecerá conmigo el resto de mi vida. No sé si lo escuchó o no. Si lo hizo, sabrá que todo fue verdad.
Irene entró justo después y la abrazó. Le dijo al oído que la querría siempre, que siempre sería la primera, y le agradeció su amor. Antes de irse le besó la frente tan delicadamente que no sonó. 

Las máquinas dejaron de funcionar un poco más tarde. Yo no podía dejar de mirarla, deseando, implorando que se despertara en ese momento. Pero ella siguió inmóvil, respirando cada vez más despacio. Dejó la vida como baja la marea, sin pausa, sin brusquedad.
Me abracé a mi madre y quise llorar, pero una extraña calma se apoderó de mí.
Justo en su última respiración, creí atisbar un pequeño movimiento en la comisura del labio, como una sonrisa discreta. 
Miré a Irene y la vi sonriendo. Si, ella se había ido ya.

Podría dedicarle el resto de mi vida. Pero prefiero hacer lo que ella esperaría de su hermano. Voy a estudiar, a meterme en la Universidad y a convertirme en algo grande.
Para que dentro de cincuenta años pueda escribir un libro con mis memorias, contando mi historia, y que en la segunda página ponga en cursiva...

Para Sara, mi estrella, mi guía, mi hermana.

Diario :