sábado, 11 de enero de 2014

Luz


Adiós...y hola.

He tardado media hora en controlar el llanto para poder escribir, porque las lágrimas no me dejaban ver. Se han ido ya. Todos. Mientras escribo esto sonrío, pensando cómo va a cambiar mi vida a partir de ahora. No es alegría, es...intentar controlar la desolación. 

Me resultó difícil ver a Gabriel esta mañana. Estaba todo el grupo montando su equipo en el autobús. Los dos nuevos saltaban de la emoción y se abrazaban una y otra vez. Sus padres los miraban desde la acera, esperando que se acercaran a despedirse. Sam hablaba por teléfono mientras daba vueltas en círculo. Pude ver alegría, pero algo de tristeza también. Y él, él estaba apoyado el autobús, fumándose el último cigarro antes del viaje. Quería acercarme y besarle. Quería decirle que lo apoyaba y que esperaba su regreso. Pero, en vez de eso, lo observé desde la distancia. 

Sentí una mano en el hombro. Era David. Supongo que Sam le contaría mi pelea con Gabriel, o quizás se daría cuenta él. Se fija mucho en esas cosas. Se quedó callado a mi lado, fijo, estático e inmóvil, como si fuera una sombra. Ambos observamos cómo dos personas importantes de nuestra vida se iban a cumplir su sueño. Le miré, y él entendió mi mirada. Me dio un empujón y las fuerzas suficientes para acercarme a donde estaban ellos. Sam acababa de colgar, corrió hacia mí y me abrazó con fuerza. 

-Vendré pronto. Te lo prometo. 
-No prometas lo que no sabes si podrás cumplir. Tú encárgate de que todo vaya bien y no hagas locuras,
-Vale mamá. 
Nos separamos y me miró con cariño. Y luego bajó la mirada. 
-Prometo cuidar de él. Sé que te quiere con locura. Solo está nervioso y confuso.
-No hace falta que le excuses, no estoy enfadada. Pero, por favor, no le digas nada de...
-No se lo diré. Tranquila. Aunque estoy en contra, pero bueno. Es tu decisión, y te apoyo. 
-Gracias. Buen viaje. Llámame de vez en cuando, para saber que no estás muerta.
-Si. No te preocupes.

Sam se fue hacia David, y yo di media vuelta y comencé a andar hacia la casa. Cuando creía que estaba lo suficientemente lejos como para no escucharlos, Gabriel gritó.
-¿No piensas despedirte de mí? 

Se me encogió el corazón y una lágrima resbaló por mi mejilla. Volví sobre mis pasos y me fundí con él en un cálido abrazo. Sentí el olor a cerveza y a naranja, tan característicos de él. Apreté con todas mis fuerzas mis dedos contra su espalda, y escuché el latido acelerado de su corazón. 
-Siento lo del otro día. Yo...
-No pasa nada. Ve y cumple tu sueño. Yo estaré siempre aquí.

Gabriel sonrió y me besó. Y su beso sabía a despedida. Era dulce y amargo. Sentí un nudo en la garganta. Noté sus manos alrededor de mi cintura, y quise decirle todo. Pero me callé.

Lo último que vi fue el autobús yéndose y la mano de Sam pegada al cristal trasero. Estaba fuertemente cogida de la mano de David. No paré de agitar la mano a modo de adiós hasta que dejé de ver el autobús. 

Sé que he hecho lo correcto, pero me duele tanto haberlo hecho. Si le hubiera dicho a Gabriel la verdad...
Si le hubiera dicho que el día que peleamos no estaba triste, sino preocupada. Si le hubiera dicho...que estaba embarazada...

Si se lo hubiera dicho me habría arrepentido el resto de mi vida. Hubiera sido retenerle, hubiera sido una excusa típica de película. Pero lo hubiera tenido a mi lado. 

Estoy de dos meses. ¡Dos meses! ¿Cómo no me he dado cuenta? Apenas he tenido náuseas...Si es verdad que me han crecido los pechos, y que me noto un poco más voluminosa que antes, pero pensaba que era el estrés de los exámenes y las calorías de los deliciosos donuts de chocolate. 
Embarazada. Sin terminar la carrera, sin dinero... y sola. 

Con lo que he criticado a las chicas jóvenes que se quedaban embarazadas. Diciéndoles que se iban a destrozar la vida, que no podrían completar sus estudios ni podrían salir de fiesta. Y ahora aquí, el claro ejemplo del karma y la irresponsabilidad.  

Siempre había dicho que si me quedaba embarazada sin tener trabajo abortaría. Que eso era tirar a la basura el futuro. Pero, cuando vi el test positivo... todo cambió. Tenía algo en mí que estaba creciendo. Algo inocente y frágil. Algo mío y de Gabriel. Y me imaginé una vida preciosa, llena de felicidad. Me imaginé sus primeros pasos, sus primeras palabras, las actuaciones del colegio... Y entendí que no era destrozarse la vida. Era un cambio radical, pero hermoso.

La ginecóloga me ha dicho que la semana que viene podré hacerme la primera ecografía. Según ella, podré escuchar el latido de su corazón. Me ha preguntado si iré sola, y no sé si se deberá a las hormonas o no, pero no he podido evitar llorar.

Así que, adiós al padre de mi hijo, desconocedor de lo que se avecina, y hola a varios meses de dolor de espalda e incansables ganas de comer. 




Gabriel

Día 95:

Una duda, una pérdida y un perdido.

Desconozco lo que me rodea. Llevo dos semanas sin saber del mundo. Faltan dos días para irme de gira y me cuesta respirar. Las manos me tiemblan cuando toco la batería. Mi voz se quiebra cada vez que intento entonar. Y todo por su culpa y por mi libertad. He conseguido el sueño de cualquier veinteañero adicto a la música. Irme de gira con mi grupo, darme a conocer. Pero algo en mi interior me dice que no es lo correcto. Que debería quedarme, que, a veces, tienes que sacrificar tus propios sueños por los sueños de los demás. 
Llevo dos semanas sin salir del ático. Los días se van tornando amarillos después del invierno gris. Hay más tráfico, más vida nocturna y se ven menos las estrellas. Me he cargado seis pares de baquetas durante este tiempo. Y cada vez que se quebraban sentía el impulso incontrolable de gritar de júbilo. 

No sé si era la euforia, si eran nervios, nostalgia, odio, resignación o afán por superarme, pero la música ha vuelto a mí. Siento como vibra en mi interior, como mueve mis manos, como recorre cada centímetro de mi piel. Siento cómo me habla, y eso, eso es algo único y especial. Algo que no quiero perder. 

Me he alimentado de cerveza y comida basura durante dos semanas, y apenas he dormido. Tengo mi macuto hecho desde hace tres días con todas las cosas imprescindibles que me voy a llevar. Entre ellas un par de calcetines agujereados que tengo como sagrado talismán y el libro de mi madre. 

Sé que falta algo en mi macuto, porque siento un hueco oscuro en él. Falta algo de Luz. He pensado en meter alguna foto suya, una camiseta, un regalo, pero eso no es ella. Para poder llevar algo de ella que la reproduzca perfectamente necesitaría su sonrisa, la calidez de un rayo de sol en invierno, la gota de agua de un día nublado, el olor a jazmín... Si no le hubiera hablado mal aquella tarde, podría tener todo eso ahora. 

En el momento que entró en el piso noté que algo no iba bien. Debajo de su sonrisa forzada y su alegría fingida percibí algo, sin llegar a adivinar el qué. Podía ser que se había cansado de ser la chica de un don nadie, de no tener la estabilidad que buscaba... Podía ser un mal día en la facultad, un problema con Sam o incluso la regla. Pero no era eso. Era tristeza. 

La gira le preocupaba. No quería estar lejos de mí, no quería que me fuera de su lado. Supongo que esperaba un verano romántico en la playa, bajo un sol irritante, sobre una arena negruzca y pegajosa y oliendo a pescado frito y sal. Sin mencionar la horrible humedad y el calor asfixiante de la noche. 
Pero ese era su sueño, no el mío. Yo no quería nada de eso. Aunque ella no me dijo nada sobre que abandonara la idea de la gira, lo sentí. Sentí ese ultimátum tan común en el género femenino, "o ella o yo". 
Dudé. Dudé porque es la primera persona por la que de verdad siento algo. Cada vez que la veo un cosquilleo me recorre el cuerpo desde el estómago hasta las orejas (según Luz se me ponen rojas cada vez que la veo), me vuelvo melancólico y romántico, y desaparecen la rabia y la indiferencia. Es parecido a cuando toco la batería. Muchas veces confundo su presencia con la voz de la música. 

Dudé, pero elegí mi sueño. Muchos me hubieran felicitado por mi decisión. "Para llegar a tu meta tienes que dejar a muchas personas atrás". Otros muchos me hubieran asestado un puñetazo en el abdomen. Yo solo elegí lo que en ese momento quería de verdad. No sé si era la fama, la gloria, el orgullo... 

-Sé que estás triste pero no voy a abandonar mi sueño por ti.
-No te lo he pedido.
-Pero lo has deseado. Con eso es suficiente. 
-Si, Gabriel, lo he deseado. No es algo tan raro si lo piensas bien. Llevamos ya un tiempo juntos, hemos pasado muchos momentos, y me imaginaba otro desarrollo de la historia. Ahora tú te vas de gira y me quedo sola, sin saber de ti. Sin saber qué día volverás o si piensas en mí. ¿Qué quieres que te diga? ¿Que me da igual? Pues lo siento, pero no puedo decírtelo. Además, la primera que me lo ha dicho ha sido Sam. No has tenido valor para decírmelo tú. ¿O es que tan poco te importo que te da igual? No, no me mires así, con esa cara de superioridad y desprecio. Estoy cansada de tener que seguirte como si tú fueras mi dios. Vete de gira, y haz lo que quieras. Pero no digas que te he pedido que abandones tu sueño cuando mi única intención es que seas feliz. Sé que a veces tienes que hacer sacrificios por los demás. Pero nunca te he pedido nada.
-¿Sacrificios? No todo en la vida es sufrimiento. Si tú quieres sacrificarte por la felicidad de otra persona allá tú. Pero el amor no es eso. Deberías estar contenta. Y no lo estás, porque eres egocéntrica. Necesitas que todo gire en torno a ti. Y mi vida tiene otro eje. 
-¿Egocéntrica? ¿Otra vez empezamos? ¡Estoy harta de que me digas que soy yo la egocéntrica cuando nuestra relación gira a tu alrededor! Tú y tu estúpida música. Tú y tu estúpido grupo. 
-Vete. 
-Siento lo que acabo de decir... no quería decir eso. Es que estoy cansada de que no dejes de llamarme egocéntrica cuando...
-Me da igual. No te lo he dicho porque esté enfadado, sino porque me he dado cuenta de que esta relación no tiene futuro. No puedo estar con una persona como tú. No me entiendes. Te quiero y eres importante para mí pero es mejor que lo dejemos aquí. 

Nunca olvidaré la mirada de Luz al escuchar esa frase. Abrió los ojos y torció los labios. Escuché cómo se rompía su corazón en ese momento. Quería abrazarla, quería pedirle perdón y no separarme de ella nunca. Incluso pensé en olvidar la gira con tal de no tener que verla así nunca más. Pero me quedé quieto, sin saber qué hacer. Y ella se fue. 

Y desde que se ha ido, no he parado de tocar la batería. Dos semanas enteras sin encender la televisión, mirar el móvil o salir a la terraza. Dos semanas en las que he intentado que la música que vive en mí me reconforte tanto como cuando veo a Luz. 

¿Qué he hecho? 
Las tapas del libro de mi madre acaban de reflejar una luz de la calle. Es la primera vez que, sabiendo a donde tengo que ir, me siento perdido. 

Diario :