Un plan perfecto
Al final, voy a dedicarme a solucionar los problemas de los demás. Aunque no todo ha salido como esperaba... el resultado no ha estado mal.
Estaba ya cansada de aguantar las llantinas de la pija. Se ha pasado los días sacándole brillo al suelo del salón, hablando en voz baja y mirando la puerta. Hasta Conan, molesto ya de las continuas vueltas de Luz, se ha ido del sofá.
Al principio me preguntaba, volvía una vez al mismo tema, una y otra vez. El nombre de Gabriel pronto comenzó a ser irritante para mis oídos. Cuando le dije que estaba cansada de escucharla a todas horas, me miró con cara de pena y se puso a caminar y ha morderse las uñas. Ha estrellado el teléfono contra el suelo unas cinco veces, a parte de golpearse la cara con un cojín, hincharse a palomitas y pegarle puñetazos a la encimera de la cocina.
Así que esto es lo que hace Gabriel... Impresionante. Mujeres racionales, que normalmente no se dejan llevar por los impulsos, que no pierden los nervios, se vuelven histéricas.
Yo sabía que no había sido buena idea preguntarle a Luz sobre la noche que había pasado con Gabriel. Sabía que eso haría que me cogiera confianza. Además, a mí no me importaba nada que ella estuviera o no con él. Yo tuve mi oportunidad y la dejé pasar porque vi que ninguno de los dos estaba destinado a complementar al otro.
Como la situación en el piso se estaba haciendo insostenible, decidí hacerles "una encerrona".
Puse una nota por fuera de la puerta del piso donde ponía "A las siete en mi terraza", y luego quedé con Gabriel para pasarme por su casa un rato.
Como sabía que no me lo iba a negar, me fui en cuanto pude.
Para las seis estaba en su casa, en el sofá, escuchando cómo tocaba la batería. Eran golpes demasiado fuertes, brutos, sin sentimiento. Estaba serio, y sin muchas ganas de hablar. Ni siquiera seguía la canción.
Le ofrecí fumar en la terraza y tomar el aire; asintió.
En cuanto le dio la espalda a la puerta, me escabullí y cerré desde dentro. Le dije que todo era por su bien. Que ya lo entendería. No pegó golpes, no hizo nada, salvo traspasarme con sus ojos. Intentando averiguar qué pasaría, qué tramaba.
El porterillo interrumpió nuestro cruce de miradas. Era Luz, en pijama. En ese momento pensé en matarla. ¿Cómo se le ocurre llegarse al piso del hombre del que está enamorada envuelta en un abrigo de plástico, unas pantuflas y un pijama horrible y desgastado?
Le abrí, encajé la puerta principal y me escondí en la cocina. Tardó una eternidad en subir. Y entró con miedo.
Noté cómo, debajo de esos pantalones anchos y de corazones, sus rodillas chocaban entre sí. Se quedó en la entrada, sin saber bien qué hacer. De repente abrió mucho los ojos y se acercó despacio a la terraza. Salí poco a poco, y en cuanto abrió la puerta y se metió, corrí y la volví a cerrar. Luz se giró y me empezó a gritar, a decir que le abriera, que no era justo, que hacía frío, que qué pasaba....
Eché las cortinas y puse la televisión en alto. Cogí una botella de cocacola y una bolsa de patatas y me senté en el sofá.
Perdí la noción del tiempo. Solo sé que me dio tiempo a ver dos capítulos de Castle, uno de Mujeres Desesperadas y otro, ya comenzado, del Mentalista.
Cuando me di cuenta me los encontré acurrucados en la esquina, temblando. Los dos, agarrados fuertemente, para no dejar pasar el aire. Luz entre las piernas de Gabriel, tan pequeña. Y Gabriel, con los ojos abiertos, mirando la ciudad, y una sonrisa disimulada.
Él era feliz.
Abrí la terraza y recogí la mesa del salón. Gabriel entró con Luz en brazos, y la llevó a su cuarto, donde la tapó tan delicadamente como un padre cuando arropa a su hijo. Antes de irme, vino hacia mí y me abrazó.
Sé que era su modo de agradecerme esa tarde fría y claustrofóbica.
Esa noche la pija tampoco durmió en el piso.
Ni ayer.
Y hoy todavía no ha vuelto.
Espero que cuando lo haga, sea con la certeza de que hay un gran amor que la protege.
Mientras tanto, mientras la felicidad se apodera de todo el mundo, me siento cada vez más sumida en la soledad.
Hasta en sueños.
Me paso toda la noche intentando coger la mano de un reflejo silencioso y lleno de luz. Y cuando estoy a punto de rozar sus yemas, me despierto.
Las personas necesitamos algo más que el calor del sol y la saciedad del agua. Más que el maquillaje, la ropa y la comida. Necesitamos una pequeña sensación de estabilidad con ligeros toques de sorpresa.
Una rutina que llene el corazón de buen humor y de paz.
¿Dónde estás, corazón?
Esta es la historia de cuatro personas. Sus mundos están ligados aunque no se hayan percatado. Cada uno tiene sus sueños, sus gustos, su personalidad. Pero todos comparten una cosa: nunca dijeron lo que podían decir.
jueves, 7 de marzo de 2013
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