lunes, 23 de septiembre de 2013

David

Viejo lobo de mar.

En mi ciudad, una vez al año, "El Morgan" celebra una fiesta pirata. "El  Morgan" es un bar/antro especial. Es pequeño y oscuro, y aunque limpio, da esa sensación de estar en un sitio antiguo y mugriento, como en las novelas de magia y las películas fantásticas. Las mesas son de madera oscura, casi negra, cedida ya por los años. Las paredes, de color ocre, contienen trazos de lo que eran antes murales de runas y personajes ficticios. El Morgan es así, un fragmento de algo que ya no se ve en las ciudades, un lugar para escaparse, para vivir tus propias aventuras, para sentirte en otra época y en otro mundo.

La fiesta pirata lleva ya años haciéndose. Por lo que la gente dice, la creó el dueño después de haberse leído sin descanso todas las antiguas novelas de Stevenson y Herman Melville. Después de terminar Moby Dick, tuvo una revelación, y decidió, en conmemoración de tales autores, hacer una fiesta de disfraces. De eso hace ya veinte años, más o menos.

El dueño del Morgan es conocido como Viejo lobo de mar, y no sólo porque le encantaran los libros de naufragios y de piratas, sino porque él fue de pequeño, un navegante. Su padre era marinero de poca monta, y con los ahorros de toda una vida de trabajo y sacrificio, compró un pequeño barco al que llamó "Casiopea". Dejó a su mujer y a su hijo en el puerto y se echó a la mar, y no volvió nunca más. Pero Viejo lobo de mar nunca olvidó a su padre, y cuando cumplió catorce años, se metió de polizón en un navío. Él cuenta que, cuando lo descubrieron, ya a varios días de tierra firme, le dieron una fregona y un cubo y lo pusieron a limpiar. Estuvo más de diez años con esa tripulación, de un lado para otro, cambiando de barco y de destino, pero nunca de capitán. Recorrió miles de millas, visitó cientos de ciudades y sobrevivió a tormentas con nombre propio, pero no supo jamás de Casiopea o de su padre.

Nadie sabe el verdadero nombre del dueño del Morgan, y a nadie le interesa. Porque Viejo lobo de mar nos transporta con cada una de sus historias a mundos que jamás veremos con nuestros ojos. ¿Es verdad todo lo que dice? Seguramente no. Seguramente, será un pobre desgraciado que heredó el bar de algún familiar, y para darle publicidad, se inventó esa historia. Quizás ni siquiera haya salido de la ciudad en toda su vida.

Volviendo a mi historia, ayer fue el día de la fiesta pirata. Me llevó un compañero de trabajo, Francis, después de insistir durante semanas. Su grupo de amigos era, a simple vista, cinco cuarentones con melenas de medio metro y brazos de carnicero. Si a eso le sumas las barbas, los sombreros de pirata y las camisas deshilachadas y sin botones, la primera sensación no resulta nada agradable. Luego, al hablar con ellos, te das cuenta de que cada uno tiene una familia, un trabajo y un amor.

Cuando llegamos a "El Morgan"  me quedé sin habla. En los alrededores del bar había medio centenar de personas, la mayoría disfrazadas, peleando con espadas y chocando jarras de cerveza.
No tardé en perderme entre el barullo de gente para  ir en busca de un tesoro, como buen pirata que soy.
Y lo encontré. Una pelirroja con pañuelo en la cabeza y botas de piel.  La vi en la distancia, pero supe en ese mismo momento, que tuviera la cara que tuviera, era la mujer de mi vida. Puede, que la cerveza y varios tragos de ron hicieran de mí un maniquí andante, puede que ni siquiera estuviera tan bella, y puede que ni siquiera le hablase. Pero eso es su historia, no la mía. En la mía yo era un verdadero casanova.

Recuerdo que me acerqué y le toqué el hombro, me quité el sombrero y me presente.

-Soy David, su grumete.
-Oh, ¡David! Encantada. Yo soy Sam.

Subí despacio la cabeza, y luché contra la física y la realidad, para que esa Sam que me acababa de saludar, no fuera la compañera de piso de Luz. No funcionó. Era ella.
Me encantaría poder decir que estuvimos hablando toda la noche, que fue un encanto de mujer y que se quedó prendada de mí. Pero más bien me quedé en estado catatónico durante unos cuantos minutos.
Sé que logré decir vamos a tomarnos algo, pero no sé cuántos intentos hicieron falta para que ella lo entendiera.

En la barra del bar, esperando las dos cervezas, no lograba apartar la mirada de Sam. Estaba diferente, radiante. Como si un haz de luz le siguiera a todas partes. Se había oscurecido el pelo, y se había pintado los labios de un rojo sangre, que resaltaba con el blanco de sus dientes y el verde de sus ojos.
Da igual lo que escriba, porque no sé como describirla. Perfecta, diría yo.
Brindamos por los encuentros ocasionales, sonreímos y nos reímos el uno del otro.

-¿De dónde has sacado la camisa?
-De mi abuela.
-Ah. Yo le he cogido el chaleco a mi padre. ¿Queda muy pirata, verdad?
-Sí, grumete. Eres un pirata muy temido.

Después de horas de hablar, se fue con sus amigos, y yo me quedé solo en la barra, con una jarra de cerveza  medio vacía.

-Es una mujer hermosa, piratilla.-una voz ronca sonó detrás de la barra. El propietario de esa voz no era otro que Viejo lobo de mar. Un hombre ya curtido, con muchos años, más de sesenta diría yo. Viejo lobo de mar me hablaba a mí, pero miraba cómo se marchaba Sam. No la miraba como si fuera un trozo de carne, sino como si fuera una reina egipcia, como si fuera hija suya.
-Si que lo es. Es la compañera de piso de la que una vez fue el amor de mi vida.
-Mmm. Entonces, habrá que asediarla con estrategia.
-Aquí el único que sabe de estrategia eres tú, Viejo lobo de mar.
-Tú eres nuevo por aquí, ¿no?
-He venido un par de veces solo.
-Bien. Sam viene aquí todos los meses, a veces más, a veces menos. Siempre se pide lo mismo, y siempre pide que le cuente la misma historia.
-¿Qué historia?
-Eso es privilegio de los veteranos, y no de polizones de poca monta.-Viejo lobo de mar se calló y me miró fijamente. Cuando creía que me iba a echar de su bar, arqueó una ceja y en sus labios se dibujó media sonrisa. No tardó en estallar a carcajadas-¿Quieres saber la historia?
-Sí.
-Es la historia del nombre del bar. "El Morgan". Todo el mundo piensa que es el nombre del barco en el que viajé de polizón. Y es normal. Esa historia es la que más vueltas ha dado a la ciudad. La verdad es que ese barco se llamaba "Toboso", un nombre muy poco comercial. Morgan es una raza de caballos, ¿sabes?. Proviene de Estados Unidos, y es antigua, de 1789. El primer caballo que formó la raza se llamaba Figure. Figure era un caballo precioso, según cuentan. Su dueño se llamaba Justin Morgan, de ahí el nombre de la raza. Los Morgan son descendientes de ese caballo y de otras yeguas cercanas a la región de Vermont. Pero esa es una historia aburrida. Soy viejo, pero nunca  conocí a Figure ni a su dueño, a tantos años no llego.- Viejo lobo de mar volvió a reírse mientras se servía un jarra de cerveza y rellenaba la mía- De hecho, yo nunca he estado en Vermont. Te preguntarás el motivo del nombre si no es por la raza, ¿verdad?. Como habrás oído, tuve una adolescencia rodeada de mar. Estuve cerca de diez años de barco en barco y de puerto en puerto, pero siempre seguí las órdenes de un solo capitán; Uvaldo de Utrilla. Uvaldo era un buen hombre, severo con los que tenía que ser severo, y duro con los demás. No reía jamás. Tampoco cantaba, y era muy supersticioso. Nada de mujeres, nada de salir un día que no fuera miércoles, nada de silbidos. Había muchas más, pero ya no las recuerdo. Lo que si recuerdo es el día que me llevaron ante Uvaldo. Fue el mismo día que me pillaron en la bodega. Estaba escondido, sin comida y sin agua, y con miedo a hacer algún ruido. Por la noche salía a estirar las piernas y a explorar el barco. Siempre se quedaban varios hombres de guardia, pero hacía tanto frío que no estaban pendientes de las sombras. En una de esas incursiones uno de los marineros me pilló, y aunque intenté resistirme, no tardó en reducirme. Cuando me llevaron ante Uvaldo, temblaba.  Piensa que, si el capitán quería, podía echarme al agua y nadie se enteraría jamás. Menos mal que era supersticioso. Menos mal, que vio algo en mí que a día de hoy yo no he visto. 
Uvaldo me analizó, le hizo varias preguntas a mi captor, y los echó de su camarote. Pero a mí me dejaron con él. No me habló en toda la noche. Solo pelaba fruta, y miraba por la ventana. "Malos tiempos"  mascullaba cada dos por tres. A medianoche, el capitán cogió una guitarra vieja y comenzó a tocar, y no paró hasta que amaneció. Decía que la música calmaba a la bestias y al mar. Él fue quien me puso a limpiar. Luego, estuve en cocina. Me enseñaron a hacer nudos marineros, a pescar y a reparar el barco. Trabajaba de todo y de nada durante todo el día. Sin embargo, por la noche, iba al camarote de Uvaldo, a verle tocar la guitarra. Un día, Uvaldo no la tocó. Le pregunté si se encontraba mal, pero negó con la cabeza. "Tengo que contarte algo", me dijo. Así que yo me senté a su lado y me dispuse a escuchar. "Te dejé estar con nosotros porque te pareces a mi hijo. Estás aquí porque tienes su edad. Cada vez que te veo, me entra una sensación de alivio, al ver que estás bien, y de tristeza, al ver que estás vivo. Juan. Juan murió mucho antes de que yo me hiciera capitán. Mucho antes de que decidiera perderme en el mar, enviando paquetes de un sitio a otro. Por aquel entonces, mi familia vivía en un pequeño pueblo cerca de Soria. Mi hijo tendría ocho años cuando nos mudamos a una gran casa a las afueras de Utrilla. En las cercanías, había muchos caballos. Los vecinos los dejaban sueltos por la tarde para que corrieran y se desbocaran. Había uno, negro como el fondo de un abismo. Tenía unas crines larguísimas, y era, sin duda, el más veloz. Juan se enamoró de ese caballo, tanto que fue a hablar con sus dueños para ver si podía cuidarlo. El dueño era extranjero, pero dejó que mi hijo cepillara y alimentara al caballo. Morgan, se llamaba. Una noche de tormenta, muchos meses después, Juan salió de casa corriendo. Nos dejó una nota en la que decía que Morgan era muy asustadizo, y no quería que se lastimara las patas pegando coces a la puerta del establo. Cuando encontramos la nota, fuimos inmediatamente a casa del vecino. No estaba el caballo, ni tampoco nuestro hijo. Aparecieron sus cuerpos días después, en la falda de una colina, cubiertos de fango. No supe nunca lo que pasó, pero mi hijo abrazaba al caballo con todas sus fuerzas. Huí de Utrilla poco después. Desde entonces he vivido bien. El mar hace que olvides, o que no recuerdes. Hasta que llegaste tú. Tú me has traído de nuevo a mi hijo. Y por eso te aprecio, y te odio". 

Viejo lobo de mar se calló durante un rato. Miraba al infinito. Más allá de las paredes del bar. Más allá de la ciudad, hacia un lugar lejano, incluso para él. En sus ojos brillaba cierta nostalgia, como cuando uno recuerda su infancia. 

-Uvaldo estuvo meses si hablarme. Me negó la entrada a su camarote y la palabra de varios de la tripulación. Pero yo sé que él seguía pensando en mí. Noté su presencia cuando dormía. Escuché, entre sueños, sus pasos por el barco. Cuando llegamos a puerto, Castro me echó del barco. Castro era el capataz. Me dio una bolsa con comida y unas cuantas monedas, y se despidió con la mano. Pero yo no conocía nada, y quería seguir con mi nueva familia. Así que, en cuanto se dio la vuelta, me volví a colar. 
Esa noche entré en el camarote del capitán y me senté cerca de la guitarra. Cuando llegó Uvaldo, yo estaba dormido, abrazado a uno de sus abrigos. Uvaldo me despertó y me gritó. Alzaba las manos mientras me insultaba. Estuvo así un buen rato, y luego, se sentó a mi lado y entre jadeos me abrazó. A partir de ahí, lo tomé como padre, y él me tomó como hijo. Yo le conté que buscaba un barco, el "Casiopea", que era de mi padre que se había ido sin mí. Quería aprender a ser un buen marinero para que cuando nos encontráramos, pudiera aceptarme como parte de su tripulación. "Lo primero que necesitas es un nombre", me dijo Uvaldo. "¿Qué te parece Poli?". Me negué. Yo sabía que lo decía por lo de polizón, pero no supe ver la gracia. Aunque a decir verdad, cada año que pasa me río más de sus bromas, de las que recuerdo, claro. Él sabía mi nombre. Y también sabía cómo lo odiaba. Así que me dio un libro de cubiertas mohosas y me invitó a leerlo. Cuando lo terminé, me acerqué a su oído y le dije: "Quiero ser Viejo lobo de mar".  Uvaldo se rió de mí durante varios días seguidos, pero finalmente, comenzó a llamarme Lobo. Más tarde, Lobo de mar, y cuando ya nos encontramos, muchos años después de que dejara la navegación, me llamó Viejo lobo de mar. 
-Si, muy bonita la historia. Pero no has explicado por qué le pusiste al bar "El Morgan". 
-Pues verás, sabelotodo. Le puse ese nombre porque Uvaldo de Utrilla tocaba la guitarra. 
-¿Y qué tiene que ver la guitarra con el caballo?
-¿En qué se parece un cuervo a un escritorio? La pregunta no es qué, sino por qué. ¿Por qué tocaba Uvaldo la guitarra, si la música también era mal fario en los barcos? Porque él decía que la música era como un caballo. Sonaba y sonaba, a veces galopaba, otras trotaba y otras saltaba. Cuando golpeaba fuerte la guitarra era una coz, y cuando la acariciaba era un relincho. Decía que muchas veces, cuando llevaba horas tocando, veía a su hijo encima de Morgan, galopando entre los pastos de Utrilla. Por eso le puse Morgan, por la guitarra. 
-Entiendo. Viejo lobo, ¿cuál es tu verdadero nombre?
-¿Yo te he preguntado el tuyo? No. Eso es porque no me interesa. Y a ti no te interesa saber el mío, sino saber cosas de esa chica. Pues bien, ya sabes algo que le gusta a ella. Ahora, ve y cuéntale esta historia. 
-Gracias capitán. 


Hice lo que Viejo lobo de mar me dijo que hiciese. Y funcionó. Sam se quedó patidifusa cuando le conté la historia. Me dijo que ella había tardado meses en sacársela al dueño. Yo sonreí y me dije a mí mismo, David, es el momento de emprender tu viaje hacia otro destino. 





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