lunes, 25 de marzo de 2013

Gabriel

Día 83:

¿Lo necesitas?

Siempre he creído que todo lo que nos haga dependientes es una debilidad.  Me he dado cuenta de que soy débil. Y lo peor es que me gusta serlo.

Me he vuelto dependiente de sus manos, su sonrisa y su genio. De verla desnuda en mi cama, abrazada a la almohada, del olor a comida que viene de la cocina cada vez que me hace el desayuno. De las manchas de vino y chocolate en la alfombra, provocadas por su torpeza. De las tardes lluviosas y las noches frías viendo la tele.
Incluso de su tenue latido.

Me di cuenta de que dependía de ella justo cuando la vi entrar en la terraza. Estaba ya cansado de estar fuera, y lo único que quería era tirarme en el sofá. Cuando escuché la puerta abrirse pensé que sería Sam pidiéndome perdón. Pero mi mirada de odio se la llevó otra persona.
-¿A qué viene esto?
-Lo sabes. No me preguntes tonterías.
Luz ni se inmutó por el comentario, me dio la espalda y miró por el cristal, esperando ver a la persona que la había encerrado.
-Es Sam.
-Ya. Está en el sofá viendo la tele, la muy perra.
Resopló, puso las manos sobre la cabeza y comenzó a dar vueltas lentamente.
-¿Cómo estás?- preguntó sin mirarme.
-Supongo que bien.
-Me alegro. Por cierto, muy bonitos mensajes los que me has mandado, brillan por su ausencia.
-No sabía qué escribirte.
-¿Qué no sabías qué? ¡Oh Dios! ¿Te llevas todos los días a una tía a la cama y no sabes qué poner en un mensaje?
Se quedó callada, mirándome fijamente. Y yo sin saber qué decir.
-No digas nada. Parece que te arrepientes.
Comenzó a pegar golpes en la puerta, diciéndole de todo a Sam, que ni se inmutó. Recuerdo que en ese momento pensé que la perdería. Que si Sam la escuchaba y le abría la puerta no volvería a saber nada de ella.
-Quédate quieta.
-¿Cómo? Quiero salir de aquí, y tú también querrás hacerlo. No pienso quedarme más tiempo al lado de un tío que no ha sido para dar señales de vida en semanas.
- Cállate. Solo sabes decir lo que yo no he hecho. ¿Y tú? Perdona pero tampoco es que me hayas llamado.
Te di la distancia y el tiempo suficiente para que pensaras en lo que había pasado. Para que decidieras si seguir o dejarlo en un bonito recuerdo.
-Pues lo único que has conseguido es que piense que no te importaba. No sabes la de cosas malas que he pensado...que si estabas con otra, que si era solo un juego, que si estabas borracho en el sofá...
-No he bebido en todo este tiempo. Pero sí he tenido visitas de mujeres.
-Lo sabía... Sabía que no cambiarías nunca.
Luz se sentó en un rincón, apoyando su espalda contra el cristal. Me pidió un cigarro con un gesto. Y me dio las gracias.
El humo que soltó de la primera calada era denso. Denso como el ambiente, como nuestra relación y como nuestro futuro.
-Entonces, nunca serás fiel, ¿no?.
-¿Necesitas la fidelidad para ser feliz? ¿Necesitas que no esté con nadie más para hacerte ver que eres la mujer de mi vida?
-Creo que la fidelidad la necesita todo el mundo. Es entregar tu cuerpo y tu alma a una sola persona. Yo puedo hablar con todos, pero sólo entregarme a mi pareja. Es la diferencia que marca dónde empieza una relación.
-¿Lo necesitas?
-¡Si! ¡Claro que lo necesito!. Necesito saber que en tu cama sólo está mi olor. Que todas las noches pensarás en mí. Que siempre que quiera podré venir aquí sin miedo a encontrarme con otra mujer. Necesito ir por la calle sin que la gente me mire por ser la novia cornuda del mujeriego.
-Entiendo. Pero déjame decirte una cosa. Por muchas mujeres que haya en mi vida, ninguna ocupará tu lugar. Eres la primera por la que he sentido algo más que atracción. La primera en que pienso cada día sin cesar. Para mí, el sexo es algo que no tiene que ver con el amor. Es compartir algo por placer. Pero tú, tú no eres solo placer. Eres única.
-¿Y eso a cuántas se lo has dicho?
-¿Cuántos te quiero has dado tú?
-No los cuento. Cada relación ha sido especial. Si he estado con alguien no ha sido por placer, sino por que sentía algo más que atracción. Así que cuando lo he sentido, lo he dicho.
-Bien, pues yo nunca lo he dicho. Podría sentarme mal que tú en tu vida le hayas dicho a otras personas te quiero. Pero no me sienta mal, porque sé que ahora mismo yo soy especial.

Un silencio inundó la conversación. Hacía ya tiempo que el cigarro se había extinguido, y reposaba reventado en el suelo.
-Intentas decirme que por muchas tías con las que estés solo seré yo la que escuche un te quiero, ¿no? Bien. Pues me da igual si estás con más mujeres. Yo desde luego no puedo estar con más hombres, porque para mí el amor es algo monógamo. Si por mi pasado tengo que aguantar que tú te tires a más tías en un futuro, adelante. No quiero saber nada. Pero una cosa te pido. Sé discreto, y cuando sientas algo más por alguna, dímelo. No voy a pasarme la vida entera con alguien que no me quiere.
-Vale. ¿Me dejas un hueco?
-Si.
Me senté entre Luz y el cristal. Estaba congelada. Le froté los brazos con mis manos, y le besé la nuca.
-Te quiero, pequeña.
-Y yo a ti, infiel.
Se durmió en cuestión de minutos. Sam nos abrió la puerta un rato después, pero Luz estaba tan profundamente dormida que no se dio cuenta. Así que la llevé al cuarto y la metí en la cama.
Pude abrazarla toda la noche.
Me despertó unas horas después besándome. Se montó encima y me pegó con la almohada. Después de mi victoria, hicimos el amor.
Y así durante varios días. Lástima que tenga que estudiar. Lástima que mi batería no suene igual cuando ella no está.

Mañana nos reuniremos todos los del grupo para ver qué hacemos. Sam y Marcos, una bajista y un guitarra nuevo.  Así que, mientras mi pequeña estudia, yo estaré hablando con unos cuantos desgraciados como yo.




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