miércoles, 30 de enero de 2013

Gabriel

Día 56:

Un lobo diferente.

No sé qué se me pasó por la cabeza para quedar el viernes. Sería el aburrimiento...o el cansancio de tocar durante días o yo que sé. La verdad es que fue una idea ilógica.
Quién me mandaría a mí salir con esa panda de gente.
Cuando pensaba que iba a ser una tarde silenciosa, incómoda y de miradas huidizas...va y chas! me encuentro de madrugada con una mujer en mi cama.
Es más, se acaba de ir y he empezado a darle vueltas a la noche de ayer.
Por iniciativa de David, el optimista pobre e ingenuo del grupo, quedamos todos en Dahm, un antro que está de moda entre los alternativos con cerveza mala y música mediocre.
Vino Marcos, el guitarrista de Los Inconscientes y la persona que más he podido odiar en mi vida.
También estaba Sam, Luz con el chucho y cómo no, el cabecilla de la idea absurda, David.
Al ver que esto no funcionaba, Luz, el chucho y David se fueron a cantar. Sam, no sé por qué, se levantó también, y para evitar quedarme solo con Marcos la seguí.
Llegamos a una sala con un proyector y un equipo de sonido. Luz y David estaban cantando vete y pega la vuelta, la peor canción que existe y la que más gracia hace.
Ambos estaban haciendo el mamarracho, desafinando, exagerando los gestos, bailando como borrachos...
Como si entre ellos no hubiera habido nada más que una amistad.
Cuando entramos, pararon la canción y nos dijeron que teníamos que hacer parejas para cantar. Comenzaron Sam y Marcos, luego me tocaba a mí con Luz. Después iría Sam y yo y por último Luz y Marcos. David dijo que prefería no cantar más, a menos que saliera una canción que le gustara.
Sam y Marcos cantaron una de los Red Hot...me alegró que no la destruyeran. Mientras cantaban noté que ella quería volver a ver a sus amigos unidos, volver al pasado. Ser como antes.
Pero lo que más noté es la mirada de Luz. Cuando la miraba, ella rápidamente apartaba la vista y sonreía.
No sé que pensaba, pero estaba rarísima. Luego me di cuenta de que llevaba un par de cubatas encima.

La canción que me tocó a mí con la borrachuza fue una de Tesla. Una canción cursi y antigua que llevaba muchísimo tiempo sin escuchar.
Empecé a cantar, y al ver que Luz no me seguía la miré y no sé cómo controlé las ganas de reírme...estaba con la boca abierta, mirando como cantaba. Se recompuso y comenzó a cantar. He de reconocer que su voz es muy limpia...era un dueto muy bonito para la canción que nos había tocado. En el solo de guitarra Luz  me cogió de la cintura y comenzó a balancearse de un lado a otro, haciéndome moverme a mí. Me cogió de la mano y dio un par de vueltas, se puso a saltar, a bailar, y yo como un tonto no podía dejar de mirarla.
No paraba de sonreír, de moverse, de pedirme bailar. Cuando nos tocó cantar miró a la pantalla y se quedó quieta, pero le puso tanta fuerza a la voz...tanto sentimiento... Entré tarde, intenté arreglarlo pero ya era el final. Cuando cantó la última parte me abrazó y le agarré fuerte, sin ser consciente de qué hacía.
Buscaba sus labios, pero no quería acercarme a ellos. Quería besarla, pero había demasiadas cosas en contra. Estaba David, su ex, y Sam... Estaba la idea de que ella se terminaría enamorando de mí. Estaba la intuición de que yo terminaría deshecho por su culpa. La idea de que no era una mujer más. Pero la necesidad era tal...
Da igual lo que sentí en ese momento. Marcos se encargó de sacarme del apuro. Básicamente hizo que Luz saliera corriendo, y acto seguido, que yo casi le matara.
David nos calmó, o por lo menos lo intentó. Yo solo quería salir corriendo detrás de Luz, explicarle que para nada ella pertenecía al grupo de las "amigas". Así que no se me ocurrió otra cosa que disculparme e irme.
La busqué por todo el bar, pero no la encontré. Le pregunté al dueño que si sabía dónde estaba, y señaló unas escaleras.
Cuando las subí me encontré en una pequeña terraza. Luz estaba mirando las calles, apoyada en el muro.
David, unos cuantos pasos detrás de ella, se tocaba la nuca. Le di una palmada en la espalda, asintió y se fue.
Luz pareció no inmutarse. Tiró el cigarro tras la última calada y se dio la vuelta.
-¿Qué quieres?
-Lo siento. Solo era para decirte que...
-Estoy bien. No te preocupes. Solo necesitaba aire. Ya hablaré con Marcos para decirle que no estoy enfadada ni nada.
-Vale.
Me apoyé en el muro como estaba ella antes, y miré lo que había mirado ella. La vista no era tan buena como la de mi balcón, pero relajaba. Además, el frío era un alivio y no un sufrimiento.
-Se está bien, ¿verdad?
-Si. Pero me pregunto que estarías pensando. Si no estabas enfadada, ¿qué se te ha pasado por la cabeza?
-Desde luego tirarme no. No sé... ha sido un momento extraño. Siempre te he visto como el chico del metro. Algo inalcanzable. Alguien que solo tiene ojos para la música y para Sam. Pero desde el día de la boda he notado como si una parte de mí quisiera tenerte. Para mí, que me abrazaras, era lo que más quería, pero a la vez, quería huir de eso. Sé que yo no puedo competir con las tías que sueles tener. Y no quiero hacerlo. Porque no quiero enamorarme y después darme cuenta de que era solo una ilusión, o peor aún, que tú sientas que soy inmadura, y que no te doy todo lo que necesitas. Prefiero tenerte como algo a lo que nunca podré optar. Algo que pueda ver, disfrutar, pero no tener.
-Entiendo. ¿Te sentó mal lo que te dije? ¿Lo de que eras muy egocéntrica?
-Si, pero me hizo pensar. Me di cuenta de que nunca he amado a una persona como para no poder olvidarla. Siempre termino borrando a las personas de mi mente. Si soy capaz de eso, significa que nunca las quise lo suficiente, ¿no? No importa, creo que estoy un poco confusa, y te estoy dando la noche. Mejor me voy a casa y ya hablamos otro día.
-Te acompaño.
-Como quieras. ¡Conan! Vamos a casa, anda.

El camino fue en silencio. No había palabras que pudieran tranquilizarla, y yo no sabía qué decir. Ahora, me arrepiento de no haber aprovechado más el tiempo. A cada paso estábamos más cerca de su casa. Y los dos, como con miedo, mirábamos las farolas, los árboles, los coches, pero nunca a nosotros.
El perro corrió hacia la puerta de la casa, y Luz sacó las llaves. La seguí hasta la misma puerta. Ella la abrió y dejó pasar al chucho, luego, se dio la vuelta y me miró.
-Gracias por acompañarme. Ya nos vemos.
-Espera.
-¿Quieres algo?
-Si.
Pasaron unos segundos, en los que yo no pude decir nada. Ella se cansó de esperar y fue a cerrar la puerta. Le cogí el brazo, la traje hacia mí, y la besé. La besé porque no sabía cómo decirle que ella no era una más. Que era especial.
Se apartó y cerró la puerta. Y ahí me quedé, tirado, delante de su piso, sin querer irme a casa.
Y sin ganas, me puse a andar. Me llamó Lara, una chica con la que había pasado un par de noches. Me dijo de pasarse hoy por casa para tomar algo, y acepté.
Cuando llegué a casa ya estaba esperando en la puerta. Me saludó efusivamente y nada más entrar en la casa se me tiró encima. En otra ocasión la hubiera llevado a mi cuarto. Pero ayer no me sentía con ganas de nada, y menos de pasar la noche con alguien.
Me la despegué como pude, le puse los zapatos en la puerta y le dije que se fuera. Me empezó a gritar, que si le dolían los pies, que si estaba cansada, que si estaba jugando con ella.
-Si. Eres un juguete muy bonito del que ya me he cansado. Si estás cansada, toma veinte euros y te pagas un taxi. Y la próxima vez no lleves tacones.
Cogió el dinero rapidísimo. Eso sí, con una cara de enfadada inmejorable.
A los cinco minutos de que se fuera, cuando me había puesto una copa de vino y había encendido la televisión (para no verla) sonó la puerta de nuevo. Pensé que sería ella llorando y rogándome.
Cuando abrí la puerta noté unos labios besándome, unas manos en mi cuello, y lágrimas en las mejillas.
No necesitaba abrir los ojos para ver quién era. Era Luz. Era Luz que había venido a besarme.
Cerré la puerta sin soltarle la cintura. Tiré la copa al suelo y la agarré más fuerte. Ella sonrió y apoyó su frente en la mía. Le sonreí y la volví a besar, como si no hubiera nada más que sus labios. Como si sus besos, me dieran la vida.
Sé que cuando vuelva a leer esto en un futuro me preguntaré si se me fue la cabeza, si me desapareció la razón, si me volví maricón o yo qué sé. Pero estoy escribiendo lo que sentí en ese momento, y sé que lo sentí en ese momento porque me arde el pecho.
Luz pegó un salto y se enganchó en mi cintura. La llevé hasta la alfombra del salón y la tumbé allí.
Paseé mi mano por su dorso. Se veía tan inocente. Y yo tenía miedo de que estuviera bebida.
Me mordí los labios, y me olvidé de pensar.
Se levantó, se fue al cuarto y me tiró en la cama.
No fue nada parecido a lo que estaba acostumbrado. Fue como si fuéramos dos vírgenes sin idea de sexo, que se veían por primera vez. Manos temblando, besos entrecortados...
Fue un momento en el que las palabras faltaban, y la ropa sobraba.
La primera mujer a la que abracé durante toda la noche.
La primera, que se quedó a dormir porque yo se lo pedí.
Esta mañana ya no estaba. Se fue temprano, sin despedirse, sin quedarse a desayunar. Sin nada.
Cuando me levanté tenía en la mesa un zumo, un cuenco con cereales y un par de tostadas con mantequilla.
La copa ya no estaba en el suelo, ni tampoco el vino.
Pero no había ni notas, ni rastro de ella.
Quiero llamarla. Decirle que vuelva. Que se quede conmigo un día más.
Pero no tengo el valor suficiente como para decírselo.
No quiero ser un lobo diferente. No quiero enamorarme y empezar a ser cariñoso y amable. No sería yo.
Así que haré lo de siempre. Esperar. Esperar y volver a encerrar el corazón, porque solo trae problemas.


Pero si ella vuelve, la dejaré pasar.

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